La mujer y la familia
Mirna de González
18 de octubre
Cierta vez escuché decir que en el tiempo que vivimos “la mujer es la esperanza para la familia”. En el momento pensé que la calificación era un poco exagerada y que nos bañaba de excesivos méritos. Al pasar los años y al conocer de cerca lo que hacen las mujeres en muchos hogares, me he dado cuenta que, la mujer es sin duda bastión esencial para el matrimonio, la familia y la sociedad. He sido testigo de mujeres cuidando niños con deficiencias intelectuales, parientes enfermos; también he visto aquellas que organizan colectas y crean fundaciones de ayuda comunitaria; las que imparten charlas de acompañamiento ante eventos de duelos, al mismo tiempo que se encargan de su propio matrimonio y familia.
Y es que a veces nadamos contracorriente. La mujer en la última década del segundo milenio debe ser más fuerte, más sólida y más segura que nunca. ¿Por qué? Porque la vida familiar en el mundo occidental se enfrenta a desafíos que amenazan su propia supervivencia. El primer ataque que sufre es la banalización del matrimonio. Nos están haciendo creer desde diferentes vías que el matrimonio, fundamento de la familia, es una práctica social desactualizada. También nos intentan convencer de que la mujer necesita ser liberada de no se qué ataduras que la han tenido sumisa ante un sistema patriarcal.
Sabemos, sin embargo, que Dios instituyó el matrimonio entre un hombre y una mujer para proveer el aumento de la raza humana mediante la cooperación amorosa del esposo y la esposa en la procreación de la raza humana. Nuestra fe nos enseña también que los padres deben proveer no solo el bienestar corporal de sus hijos, sino que deben educarlos y prepararlos para una vida trascendente, es decir, una vida vivida en la tierra, pero buscando el cielo. El papa Pío XI, refiriéndose al papel esencial del matrimonio en la educación de los hijos decía que “Los seres humanos no son engendrados para la tierra y para el tiempo, sino para el cielo y la eternidad” (Casti Connubii, 31 de diciembre de 1930).
La tarea de educar hijos para que vivan en la tierra, siendo ciudadanos del cielo es difícil, pero sin duda con el trabajo colaborativo entre padre y madre puede lograrse. Me parece buena oportunidad para leer la Carta Encíclica Casti Connubii del papa Pío XI sobre el matrimonio cristiano para reconocer la tarea que se espera de cada uno de los miembros en el matrimonio. En ella se dice que la primera y fundamental bendición del matrimonio es la procreación de los hijos. Con la concepción de los hijos, el marido y la esposa se convierten en colaboradores íntimos de Dios en la propagación de la raza humana. Asumen la tarea de la crianza y educación de los hijos. La noble naturaleza del matrimonio deja a los nuevos hijos de Dios en manos de sus padres y desde la concepción en el seno de la madre.
La mujer (en colaboración con el hombre), se constituye desde su particular posición como ayuda ideal y complementaria para el hombre, Zenaida Bacardí, en el poema “Distinta forma” dice de manera poética “El padre adivina los peligros de la calle y el vértigo en que vive el hijo. Pero la madre adivina la turbación que lleva dentro, la pasión que lo asalta, la tentación que lo deprime ¡y la ola que se lo lleva!”. Las mujeres no necesitamos, a pesar de lo que nos digan, ocupar el lugar de los hombres. Estas ideas teñidas de un deficiente feminismo lo que hacen en distorsionar la maravillosa misión que tenemos y además colocan sobre nuestras vidas tareas que no debemos llevar.
La mujer constituye los cimientos de la familia, es la que mantiene en pie el hogar. Si ella renuncia a su invaluable tarea todo podría venirse abajo. Cada mujer es el tesoro más grande de la familia, es la reserva de la fortaleza, pero al mismo tiempo lo es del amor. Si la mujer se derrumba, está en riesgo la paz, la moral, los valores y con ello el futuro de la prole. Está más que comprobado que las mujeres casi nunca abandonan el campo de batalla y son ellas las que cuidan a los hombres, a los hijos y a los enfermos. La misión nos viene contenida en nuestra propia naturaleza y, no obstante, aunque a veces no se acompase con nuestro andar, siempre termina guiando nuestras acciones.
Quiero dejar la nota aquí animando a que cada mujer reflexione acerca de su misión en su matrimonio, en su familia y en la sociedad.