SOLIDEZ PERSONAL
- Saber definir a qué tememos -
Por Marco Arévalo
Las situaciones críticas que enfrentamos a lo largo dela vida, surgidas de diversos hechos, ponen a prueba la solidez personal. Tanto en el ámbito psíquico como axiológico. El primero se relaciona con la parte afectiva o emocional de nuestro ser, es decir, sobre todo con las emociones y los sentimientos y afectos. La segunda con los valores que hemos interiorizado y son en nuestra vida principios que guían la conducta. Un ejemplo de lo anterior es el miedo. Sentir miedo es humano y natural, pero dejarse dominar por este es falta de solidez de la estructura psíquica. De igual modo, la honradez y la justicia es un valor y puede ser uno de los valores que se han vuelto principios de conducta en la vida de alguien. Pero en una situación de miedo extremo se puede olvidar de estos y actuar faltando a la justicia, es -de nuevo hay que decirlo- falta de solidez personal, en este caso, en el plano axiológico o de los valores. Ser bueno y justo sin amenazas o ataques, no implica, gran mérito por nuestra parte; pero serlo a pesar de todo, sí. Esto es lo que caracteriza a los mártires del cristianismo. Por ello puede decirse que son portadores de una gran solidez personal.
La parte psíquica o emotiva, como se ha dicho, está relacionada con el manejo del miedo. Comencemos recordando, como nos dice el psicólogo argentino Marcelo Ceberio, el miedo cumple una función importante, así, todas las emociones cumplen una finalidad. Por ejemplo: la ira ayuda a colocar límites, la sorpresa a reconocer y descubrir, la alegría induce a compartir, el asco a rechazar, la tristeza a reflexionar y el miedo nos ayuda a protegernos frente al peligro. El miedo como tal puede ser definido, según el diccionario de la lengua, como una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. El vocablo deriva del latín metus, que tiene un significado similar y hay algunos términos que se asocian al vocablo, como: espanto, alarma, temor, recelo, aprensión, peligro, horror, pavor, terror, pánico, fobia, susto.
Así visto, experimentar temor es una respuesta biológicamente heredada que facilita desarrollar una fuerza defensiva ante el peligro. El miedo viabiliza estructurar un esquema adaptativo y constituye un mecanismo de supervivencia y de defensa que surgió para permitirnos responder ante situaciones adversas con rapidez y eficacia. En ese sentido, el miedo es una emoción normal y beneficiosa para la supervivencia no solamente de un individuo sino de la especie. Por lo tanto, sentir miedo o sufrir miedo no es en sí mismo malo, antes bien, nos beneficia. El miedo alerta a varios sistemas. Incluso en lo biológico. El miedo activa el sistema cardiovascular, por lo que los vasos sanguíneos se constriñen. Esto, a su vez, aumenta la presión arterial y disminuye el flujo de sangre hacia las extremidades. El exceso de sangre se redirige a los músculos del esqueleto, en los que permanece disponible para los órganos vitales que tal vez se necesiten durante una emergencia. Pero este miedo, ha de estar, en la persona acompañado de una solidez axiológica, que permitirá el autocontrol. Aquí vemos en la persona la primacía de lo espiritual (inteligencia y voluntad incluidas) sobre lo meramente psíquico y lo biológico. El control de dicho miedo es crucial y aquí interviene nuestros recursos axiológicos, es decir, nuestros valores interiorizados. Tal es el caso de la fe como respuesta a lo que Dios revela y nos pide. El santo es ejemplo de todo ello, sobre todo el mártir, como Máximo Kolbe. Estos valores que han sido interiorizados y son vida de nuestra vida los antiguos les llamaron virtudes.
A la pregunta sobre cómo gestionar el miedo, recordemos que es esencial aplicar la inteligencia emocional para analizar las causas del miedo y cómo podemos hacerle frente de manera eficaz. Dentro de esto, el primer paso para lograrlo es definir a qué tenemos realmente miedo. Cuando sabemos realmente a qué tememos, es más fácil poder encontrar una solución a dicho problema. Por ello, los valores serán como referentes para hacer esta tarea. De tal forma que, si tenemos claro que la vida terrena no lo es todo, el miedo a morir, aunque subsiste, no nos dominará. Esto es lo que prueba la experiencia extrema de los mártires cristianos. Por ello, la clave está en los valores hechos vida en cada uno.