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VENCIENDO EL MIEDO A MORIR

- “Creemos en la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro” -

Por Marco Arévalo

Una de las razones por las que ha funcionado el sistema de encierro ante la llamada pandemia es que las personas luego comprendieron que la muerte es posible y estaba cercana. Real o figurada la situación, el hecho es que el terreno estaba muy abonado en la cultura Occidental y sus amplias zonas de influencia por la pérdida de la trascendencia, algo que ya el filósofo Jean Guitton señalaba como una característica de nuestro tiempo. El hombre moderno teme la trascendencia, solía decir, y si el hombre no siente esta dimensión no siente verdaderamente la religión. Y resulta que, dicho sea de paso, la religión cristiana es la única que nos habla de trascendencia personal, es decir, que al morir nuestro cuerpo nuestro espíritu pasa a otra realidad, que ojalá sea para todos, la vida eterna en Dios. 

Temer la trascendencia es no querer la misma, pero esto ha llevado al hombre y mujer de hoy a volcar la mirada en el más acá, en lugar de tener la vista puesta en el más allá. De lo anterior surge como otro efecto, el aferrarnos a esta vida, pues es la única que tenemos. Por ello se llega a temer lo trascendente, pero se afirma este mundo, de lo que sigue que el miedo a morir se amplifica y fortalece. Es natural que así sea, no tenemos más horizonte existencial que este mundo. Por ello, entre más tiempo se viva y mejor la pasemos en el, es lo ideal; es lo único que nos queda como mayor aspiración.

Una forma de encarar el miedo a morir es meditar sobre esta realidad cada cierto tiempo, para ponernos en paz con nosotros mismos, con los demás (ofrecer perdón y pedir perdón) y sobre todo con Dios, pues al final de cuentas la vida nos ha sido dada por él y hemos de dar cuentas sobre el uso de la misma; pero más importante aún es pensar en la vida eterna. Nos enseña la Iglesia a través del artículo del Credo: "... espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro", que al fin del mundo los hombres resucitarán, esto es, que el alma de cada hombre volverá a juntarse con el cuerpo que tuvo en la tierra, para no separarse ya de él. Enseña también la existencia de una vida futura distinta a la presente. Se trata -comenta Pablo Arce Gargollo- “de una resurrección de la carne, porque son los cuerpos los que vuelven a la vida, ya que el alma ni ha muerto, ni puede morir”; por ello agrega: “Es posible que se junten los átomos dispersos de los cuerpos por la virtud omnipotente de Dios. Dios, en efecto, no tendrá más dificultad en reunirlos, que la que tuvo en sacarlos de la nada”. Por lo que afirma: “Que los muertos resucitarán es una verdad de fe, no alcanzable con el sólo esfuerzo racional. Consta en dos formas: Por el testimonio de la Escritura. Así, dice San Juan: "Todos los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios, y resucitarán, los que obraron el bien para la vida eterna; y los que obraron el mal para ser condenados" (Juan 5, 28, 29) y por la enseñanza de la Iglesia en los Concilios y en los Símbolos (cfr. Dz. 1 ss, 40, 287, 464, 531, etc.)”, esto en cuanto “Dios ha dispuesto la resurrección de la carne para que el cuerpo participe del premio o castigo del alma, como participante que fue de su virtud o de sus pecados”

Por ello el CIC nos recuerda en el numeral 992 “La resurrección de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo. El creador del cielo y de la tierra es también Aquél que mantiene fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia. En esta doble perspectiva comienza a expresarse la fe en la resurrección”. En sus pruebas, los mártires Macabeos confiesan: “El Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna» (2 M 7, 9). Es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él (2 M 7, 14; cf. 2 M 7, 29; Dn 12, 1-13)”. De donde entonces, para vencer el miedo a morir, hemos de trascender, de elevar nuestra mirada a la eternidad y pensar en el mundo futuro; y así, una sociedad será plena cuando sus miembros vivan de acuerdo a esta convicción. 

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